Los toros y el medio ambiente

Eugenio D’MEDINA LORA, consultor económico-político y profesor del Departamento de Economía de la Pontificia Universidad Católica del Perú nos envió este artículo en el que trata sobre las contradicciones que existen en la gente que defiende la ecología y a la vez es asidua a la tortura de animales. Un ecologista jamás podrá ser un taurino y viceversa. Que no nos engañen.

«En la primera semana de octubre se realizó en México la Conferencia Internacional Anti Taurina patrocinada por cerca de trescientas organizaciones protectoras de animales del mundo entero, con el fin de promover la prohibición de las corridas de toros. Coincidentemente, justo en el mes en el que en el Perú se celebra una feria que, paradójicamente, evoca la Sagrada Imagen del Señor de los Milagros en una extraña y contradictoria referencia precisamente a Quien la fe católica reconoce como el Creador de las especies.

La reflexión sobre estas acciones en el actual contexto de modernidad que vivimos nos lleva a preguntarnos qué estamos promoviendo cuando pontificamos por la ecología. Cuando decimos que es  conveniente proteger el medio ambiente, estamos reconociendo implícitamente que los seres vivos tienen un derecho a mantener sus condiciones de vida. No se hace ecología de los seres inanimados. No se cuestiona la explotación de minerales por consideración a los yacimientos de cobre, sino por su impacto negativo en las condiciones de vida de las especies, incluyendo plantas, animales y seres humanos. En consecuencia, la ecología no es sólo una moda para lucir polos con motivos de Greenpeace. Es una actitud ante el mundo, toda una cosmovisión, sostenida en el respeto a los seres vivos por el hecho mismo de serlo. Y en este sentido, el humanismo es un concepto incluido totalmente en el ecologismo, de la misma manera que la física de Kepler y Galileo fue absorbida por la de Newton, y ésta por la teoría de la relatividad de Einstein.

No es posible ser, en consecuencia, ecológico y al mismo tiempo aficionado a las masacres de toros o de gallos o de perros. Tampoco es posible fungir de humanista en tales condiciones, porque el respeto de la condición humana exige  mostrar esa misma humanidad con los seres que tienen menor poder que el ser humano. Y podríamos extender estas consideraciones al campo de la religiosidad y la democracia. Sin ningún problema y ninguna contradicción.

Pero sí existen muchas contradicciones entre los que pretenden encontrar visos de altruismo en estas bárbaras actividades. Un ejemplo se tiene en los que pretenden elevar a las masacres taurinas a la categoría de arte o a la exaltación suprema del valor. No puede haber arte dónde haya muerte del mismo modo en que no puede haber muerte de inocentes en nombre de la justicia social. En cuanto al valor, sería interesante y sumamente ilustrativo que aquellos que presumen de valientes porque se «enfrentan» a criaturas de cientos de kilogramos, se metan en un ring de box con Mike Tyson, claramente menos pesado y sin afilados colmillos, para que nos muestren cuán valerosos son y de qué verdaderamente están hechos.

Claramente se trata de argumentos para justificar pingues ganancias obtenidas por suculentos negocios eslabonados alrededor de las matanzas de estos animales. Criadores, ganaderos, toreros, municipios y otros se disputan cada tanto el botín generado por estas actividades y disfrazan de fiesta popular o arte lo que en realidad es un espectáculo cuya barbarie acaso sea comparable a la de las antiguas luchas de gladiadores del circo romano.

Pero faltan otros actores en este desfile falaz. Para estar a tono con los tiempos los propulsores fundamentalistas del libre mercado, en su versión más anárquica aunque felizmente minoritaria, defenderán estos eventos considerando que, al existir una demanda y una oferta, la eficiencia del mercado «ordena» que se dejen las cosas como están. Que en todo caso, los interesados se auto censuren, pero que no intervenga el estado estableciendo una prohibición, como si de motu propio estuvieran dispuestos a renunciar a sus beneficios. Después de todo, hay que defender el derecho a pensar y sentir como a la gente le plazca, desconociendo el concepto de externalidades que se niegan a incorporar en sus análisis.

La diferencia entre la  actitud de Chirac y el apoyo a las masacres de animales no es conceptual. Es sólo cuestión de grado. Las bombas nucleares son percibidas por la conciencia colectiva como nocivas y evocan a Hiroshima y Nagasaki. Las bombas son espectaculares y matan masivamente. Además la publicidad ha sido efectiva en señalarlas como brutales atentados contra la vida. Las masacres de animales generan muerte a menor escala y son manejadas con un marketing que vende no sólo espectáculo sino estatus social. Pero el denominador común es el mismo: el desprecio por la vida misma. Es una actitud tanática, autodestructiva, suicida. Y, por lo tanto, bárbara e incivilizada.

La pacificación como proceso social no queda en la aprensión de unos delincuentes ni en llenar las ollas de los más pobres. Pasa, además, por una educación para la vida, por el respeto a los más débiles. Por la no prepotencia, por la tolerancia y el elogio del éxito. Cuidar nuestro medio ambiente es proteger la paz, entre los hombres y por otro lado, entre el ser humano y la naturaleza. Nada de esto será posible si no se interioriza la idea de que sólo en un mundo de paz podremos alcanzar verdaderamente el desarrollo y podremos llamarnos con justeza, civilizados. O simplemente, lo que ya sería bastante, humanos.


Las fiestas de toros son indignas de un pueblo civilizado y los extranjeros asistentes a dicho espectáculo se hacen cómplices de la barbarie española. Son fiestas reprensibles, bárbaras y dignas de ser extirpadas. Jaime Balmes.

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